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#CienciaLatina: El desmomificador mexicano

Por Vicente Torres

Las momias son fascinantes. Más allá de las películas de terror, de los años 60, donde una tipo disfrazado con vendajes sueltos persigue a una bella adolescente. Más allá del morbo cuando en el noticiero se encuentra un cadáver en tal estado. Aquí, lo que nos atrae es el proceso que evita la putrefacción y desintegración de los tejidos.

El proceso de momificación puede ser inducido o natural. Varias civilizaciones antiguas practicaban elaborados ritos religiosos y procesos de embalsamiento para conseguir una momia, los egipcios tal vez fueron los más sofisticados, y por ello forman el icono cultural de la momia. Aunque, las momias son parte de otras culturas, como los incas (la momia de Ampato es su ejemplo) o los tibetanos (se han encontrado momias de mojes en posición de meditación), entre otras.

Pero también el proceso de momificación puede ser natural. El proceso puede tardar alrededor de 12 meses, dependiendo de las condiciones ambientales y del cuerpo. Lo ideal es un clima seco; en cuerpos de niños o adultos delgados. Su fundamento físico es la evaporación del agua en los tejidos, que produce una reducción del volumen corporal y endurecimiento de la piel (pareciendo cuero curtido). La desecación extrema de tejidos es inapropiada para el desarrollo de gérmenes, deteniendo la putrefacción.  De modo que la parte exterior del cadáver se conserva.

Por otro lado, las partes del cadáver al perder flexibilidad, pueden llegar a ser quebradizas. Así, al carecer de protección las partes se pueden desmoronar a causa de la erosión. En otro caso, puede conservarse por muchas décadas. Así es como se obtiene una momia.

Pero, ¿como invierto el proceso de momificación?

En zonas desérticas de muchos países, como México, se suelen encontrar cadáveres en un estado cercano al de momia. Pero el encogimiento y endurecimiento de los tejidos hace que la identificación sea imposible. El rostro es irreconocible, los pliegues en la piel se han ocultado por lo que la impresión de huellas dactilares es inviable y las marcas (como tatuajes) son ilocalizables. Si bien se puede intentar la extracción de ADN, pero su alto precio y la falta de una base de datos tan amplia, que cubra a toda la población de la localidad, hacen que se pierda el proceso de reconocimiento.

Existen, varios métodos para rehidratar tejidos en proceso de momificación, como son dedos para recuperar huellas dactilares. Pero el forense Alejandro Hernandez, médico forense de Ciudad Juárez, México, ha conseguido (desde el 2008) los resultados más espectaculares en los últimos años, pues logra rehidratar cuerpos enteros. Su laboratorio huela a muerte y químicos. se coloca sobre un arnés y se sumerge en una tina especial donde un caldo acogerá por semanas al cuerpo hasta que recupere volumen y flexibilidad. Después usa un proceso de secado químico para completar la tarea. El médico mexicano logra rehidratar varias áreas para obtener una identificación el cadáver: huellas dactilares, rostro, tatuajes, heridas, entre otros.

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A Hernandez lo conocí en un congreso, este año. El hombre es bajito, redondo y afable. Vive un momento de mucha fama entre la comunidad forense. Carece de publicaciones académicas sobre el proceso, está en trámite de obtener una patente y hacer negocio con su técnica.  Si bien esta actitud frena a la ciencia, puede alentar a otros a seguirle la huella y encontrar fórmulas equivalentes.

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Con todo, me resulta fascinante que encontrar el proceso inverso a la momificación. Espero en otra entrega hablar de un modo más técnico de los mecanismos que hacen que un piel se endurezca como la cara de un tambor y luego transformarla en la suave piel de un durazno.

Referencias

1)  http://www.excelsior.com.mx/global/2015/02/04/1006545

2) http://www.arqueomex.com/S2N3nMomias97.html

3)  Schmidt, C.W., Nawrocki, S.P., Williamson, M.A., Martin, D.C. Obtaining fingerprints from mummified fingers: A method for tissue rehydration adapted from the archeological literature (2000) Journal of Forensic Sciences, 45 (4), pp. 874-875.

Una respuesta a «#CienciaLatina: El desmomificador mexicano»

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